CAT PERSON

THE NEW YORKER
Ficción - 11 de diciembre de 2017

Por Kristen Roupenian
https://www.newyorker.com/magazine/2017/12/11/cat-person


Margot conoció a Robert una noche de miércoles hacia el final del semestre de otoño. Estaba trabajando detrás del mostrador de ventas del cine de arte del centro de la ciudad cuando él se acercó y compró unas palomitas grandes y una caja de regaliz rojo.

“Una… elección interesante,” dijo ella. “No recuerdo haber vendido una sola caja de regaliz rojo antes.”

Coquetear con los clientes era un hábito que había adquirido cuando trabajaba como barista, le ayudaba con las propinas. No recibía propinas en el cine, pero de otro modo el trabajo era aburrido, y pensaba que Robert era guapo. No tan guapo como para que lo llevara, digamos, a una fiesta, pero lo suficiente como para tener un crush con él si se hubiera sentado frente a ella en una clase aburrida —estaba bastante segura, sin embargo, de que él no era un universitario, debía tener veinticinco, al menos. Era alto, eso le gustaba, y se podía ver el borde de un tatuaje asomándose bajo la manga enrollada de su camisa. Aunque quizás era demasiado serio, con su barba quizás demasiado larga, y sus hombros echados ligeramente hacia adelante, como si estuviera protegiendo algo.

Robert no pescó el flirteo. O si se dio cuenta sólo lo demostró dando un paso hacia atrás, como para hacer que ella se inclinara más hacia él, que se esforzara un poco más. “Bueno,” dijo. “O. K., supongo.” Y se guardó el cambio en el bolsillo.

Pero la siguiente semana volvió a la sala de cine y compró otra caja de regaliz rojo. “Estás mejorando en tu trabajo,” le dijo. “Te las ingeniaste para no burlarte de mi esta vez.”

Ella se encogió de hombros. “Supongo que estoy lista para un ascenso", dijo.

Después de la película, él regreso. “Chica del mostrador, dame tu número de teléfono", le dijo, y ella, sorprendiéndose a sí misma, lo hizo.


* * *


Después de la pequeña conversación sobre el regaliz rojo, y durante las semanas siguientes construyeron un elaborado andamiaje de chistes locales por mensajes de texto; riffs que se desarrollaban y cambiaban tan rápido que a ella le costaba trabajo a veces mantener el ritmo. Él era bastante inteligente, y ella descubrió que no era fácil impresionarlo. Pronto comenzó a notar que cuando ella le enviaba un mensaje, él generalmente respondía de inmediato, pero si ella tardaba más de un par de horas en responder, el siguiente mensaje de él era siempre breve y no incluía una pregunta, así que dependía de ella reiniciar la conversación, lo que ella siempre hizo. Algunas veces llegó a distraerse por un día o más y se preguntaba si la plática moriría por completo, pero pensaba después en algo gracioso que decirle o veía una imagen en internet que era relevante para la conversación y comenzaban de nuevo. Ella todavía no sabía mucho sobre él porque nunca hablaban de nada personal, pero cuando lograban hilar dos o tres bromas buenas una tras otra sentía una especie de euforia, como si estuvieran bailando.

Entonces, una noche, durante el periodo anterior a los exámenes, mientras ella se quejaba de que todos los comedores estaban cerrados y de que no había comida en su habitación porque su roomie había acabado con su provisión de alimentos, él se ofreció a comprarle regaliz rojo para que sobreviviera. Al principio ella lo evitó con otra broma, porque realmente tenía que estudiar, pero él le dijo: “No, es en serio, no digas tonterías y ven, ya,” así que ella se puso una chaqueta sobre la pijama y se encontró con él en el 7-Eleven.

Eran como las once de la noche. Él la saludó sin ceremonias, como si la viera todos los días, y la llevó adentro para escoger bocadillos. La tienda no tenía regaliz rojo así que le compró una Coca-Cola sabor cereza, una bolsa de Doritos y un encendedor muy innovador con la forma de una rana que llevaba un cigarrillo en la boca.

"Gracias por mis regalos," dijo ella, cuando estuvieron afuera de nuevo. Robert llevaba un sombrero de piel de conejo que le cubría las orejas y una chaqueta gruesa y anticuada. Ella pensó que era un buen atuendo para él, quizás un poco tonto; el sombrero había aumentado su aura de leñador, y el pesado abrigo ocultaba su vientre y la caída ligeramente triste de sus hombros.

“De nada, chica del mostrador”, dijo, aunque, por supuesto ya sabía su nombre para entonces. Ella pensó que iba a besarla y se preparó para agacharse y ofrecerle la mejilla, pero en vez de besarla en la boca la tomó del brazo y la besó suavemente en la frente, como si fuera algo precioso. “Estudia mucho, cariño,” dijo. “Te veré pronto.”

En el camino de vuelta a su dormitorio ella se llenó de una ligereza chispeante que reconoció como la señal de un crush incipiente.

Mientras estuvo en casa durante las vacaciones se mensajearon casi sin parar, no sólo bromas, sino también pequeñas actualizaciones sobre sus respectivos días. Empezaron a decirse buenos días y buenas noches, y cuando ella le hizo una pregunta y él no respondió de inmediato sintió una punzada de ansiedad nerviosa. Se enteró de que Robert tenía dos gatos, llamados Mu y Yan, y juntos inventaron un complicado escenario en el que su gato de la infancia, Pita, le enviaba textos coquetos a Yan, pero siempre que Pita hablaba con Mu era formal y fría, porque sentía celos de la relación de Mu con Yan.

“¿Por qué te la pasas mandado mensajitos todo el tiempo?” le preguntó su padrastro en la cena. “¿Estás viéndote con alguien?"

"Sí", contestó Margot. "Su nombre es Robert, y lo conocí en el cine. Estamos enamorados, y probablemente nos vamos a casar".

"Hmm", dijo su padrastro. "Dile que lo vamos a interrogar“.

"Mis papás me están preguntando por ti", le escribió Margot, y Robert le contestó con un emoji de cara sonriente con ojos de corazón.


* * *


Cuando Margot regresó al campus, estaba ansiosa por ver a Robert otra vez, pero eso resultó ser sorprendentemente difícil de concretar. "Lo siento, semana ocupada en el trabajo", respondió él. "Prometo q t veré pronto". A Margot no le gustó esto; parecía como si la dinámica estuviera ahora en contra de ella. Cuando finalmente él le pidió que fueran a ver una película, ella accedió de inmediato.

Pasaban una película que él quería ver en el cine donde ella trabajaba, pero Margot sugirió que mejor la vieran en el gran multicinema justo afuera de la ciudad; los estudiantes no iban allí muy a menudo, porque para llegar había que conducir. Robert pasó a recogerla en un Civic blanco fangoso con envolturas de caramelos saliendo de los portavasos. En el camino, él estaba más silencioso de lo que ella había esperado, y no la miró mucho. Antes de que hubieran transcurrido cinco minutos, se sintió tremendamente incómoda y, cuando llegaron a la autopista, se le ocurrió que él podría llevarla a algún lugar, violarla y asesinarla; después de todo, ella apenas sabía algo sobre él.

Justo cuando ella pensó esto, él le dijo: "No te preocupes, no te voy a asesinar", y ella se preguntó si la incomodidad que se sentía en el coche era su culpa por estar asustada y nerviosa, como esas chicas que imaginan que van a ser asesinadas cada vez que van a una cita.

"Está bien —puedes asesinarme si quieres", dijo, y él se rió y le dio unas palmaditas en la rodilla. Pero permaneció desconcertantemente callado, y todos los efervescentes intentos que ella hizo por mantener la conversación fueron inútiles. En el cine, Robert le hizo una broma al cajero del mostrador sobre regaliz rojo, que se desplomó de una manera que avergonzó a todos los involucrados, sobre todo a Margot.

Durante la película, él no la tomó de la mano ni la rodeó con el brazo, de modo que cuando regresaron al estacionamiento ella estaba bastante segura de que ya no le gustaba. Ella llevaba leggings y una sudadera, y ese podría haber sido el problema. Cuando ella se subió al automóvil, él había dicho: "Me alegra ver que te arreglaste para mí“, lo que había supuesto que era una broma; pero tal vez ella realmente lo había ofendido al hacer parecer que no había tomado la cita lo suficientemente en serio, o algo así. Él llevaba unos caqui y una camisa con botones.

“Y, ¿quieres que vayamos a tomar algo?" preguntó él cuando volvieron al automóvil, como si ser cortés fuera una obligación que se le había impuesto. A Margot le parecía obvio que él esperaba que ella dijera que no y que, cuando lo hiciera, dejarían de hablar. Eso la entristeció, no tanto porque quería seguir pasando tiempo con él, sino porque había tenido tantas expectativas durante las vacaciones, que no le parecía justo que las cosas se hubieran desmoronado tan rápido.

"Podríamos ir a tomar algo, ¿supongo?", dijo ella.

“Si quieres,” dijo él.

"Si quieres" fue una respuesta tan desagradable que ella se sentó silenciosamente en el coche hasta que él le dio un golpecillo en la pierna y le dijo, “¿De qué estás enojada?”

“No estoy enojada,” respondió ella. “Sólo estoy un poco cansada.”

“Te puedo llevar a tu casa.”

"No, podría tomar algo después de esa película". Aunque la habían pasado en el cine comercial, la película que él había elegido era un drama muy deprimente sobre el Holocausto, tan inapropiado para una primera cita que cuando él la sugirió ella le dijo, "Lol! es en serio??“, y él respondió con una broma acerca de cómo lamentaba haber juzgado mal su gusto y que si prefería podía llevarla a ver una comedia romántica.

Pero ahora, una vez que ella hubo dicho eso acerca de la película, él se estremeció un poco y a ella se le ocurrió una interpretación totalmente diferente de los acontecimientos de la noche. Se preguntó si tal vez él había estado tratando de impresionarla sugiriendo la película sobre el Holocausto, porque era incapaz de entender que una película sobre el Holocausto era un tipo equivocado de película "seria" para impresionar a la persona que trabajaba en un cine de arte, el tipo de persona que probablemente él asumió que ella era. Tal vez, pensó ella, su mensaje de texto, el "Lol! es en serio??" lo había lastimado, lo había intimidado y lo hacía sentir incómodo de estar cerca de ella. La idea de esta posible vulnerabilidad la conmovió y en ese momento se sintió más ternura por él que en toda la noche.

Cuando él le preguntó a dónde quería ir a tomar algo, ella propuso el lugar donde solía pasar el rato, pero él hizo una mueca y dijo que estaba en el ghetto de los estudiantes y que la llevaría a un lugar mejor. Fueron a un bar en el que ella nunca había estado, un tipo de lugar underground clandestino, sin ningún anuncio que señalara su presencia. Había fila para entrar y, mientras esperaban, ella se inquietó tratando de encontrar la forma de decirle lo que necesitaba decirle, pero no pudo, así que cuando el cadenero pidió ver su identificación ella simplemente se la entregó. El cadenero apenas la miró; sólo sonrió y dijo, “Ajá, no", y la hizo a un lado, mientras señalaba hacia el siguiente grupo de personas en la fila.

Robert se había adelantado, sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo a sus espaldas. "Robert", dijo ella en voz baja. Pero él no volteó. Finalmente, alguien de la fila que había prestado atención a lo que sucedía lo golpeó en el hombro y la señaló, abandonada en la banqueta.

Ella permaneció de pie, avergonzada, mientras él volvía a ella. "¡Lo siento!", dijo ella. "Esto es tan embarazoso."

“¿Cuántos años tienes?” le preguntó él en tono autoritario.

“Veinte,” contestó ella.

“Hummm,” dijo él. “Pensé que habías dicho que eras mayor.”

"¡Te dije que era una estudiante de segundo año!", respondió ella. Estar parada afuera del bar, tras haber sido rechazada frente a todos era lo suficientemente humillante, y ahora Robert la miraba como si hubiera hecho algo mal.

“Pero hiciste esa cosa —¿cómo la llamas? Ese año sabático,” objetó él, como si esta fuera una discusión que pudiera ganar.

"No sé qué decirte", dijo ella sin poder hacer nada. "Tengo veinte." Y entonces, absurdamente, comenzó a sentir que las lágrimas picaban sus ojos, porque de alguna manera todo había sido arruinado y no podía entender por qué todo era tan difícil.

Pero, cuando Robert vio su rostro contraerse, sucedió una especie de magia. Toda la tensión desapareció de su cuerpo; se enderezó y envolvió sus brazos de oso alrededor de ella. “Ay, cariño", dijo. “Nena, está bien, no pasa nada. Por favor, no te sientas mal.” Ella se dejó caer sobre él, y la invadió la misma sensación que había tenido afuera del 7-Eleven: que era una cosa delicada y preciosa que él temía romper. Él le besó la parte superior de la cabeza, y ella se rió y se enjugó las lágrimas.

"No puedo creer que estoy llorando porque no entré en un bar", dijo. "Debes pensar que soy tan idiota." Pero ella sabía que él no pensaba eso por la forma en que la miraba; en sus ojos podía ver lo linda que se veía, sonriendo a través de sus lágrimas bajo el brillo polvoso del alumbrado público, con algunos copos de nieve cayendo.

Entonces él la beso en los labios, en serio; se acercó ella con una especie de balanceo y prácticamente vertió su lengua por su garganta. Fue un beso malísimo, terriblemente malo; Margot no podía creer que un hombre adulto pudiera ser tan malo para besar. Parecía algo horrible, pero de alguna manera también sentía ternura por él otra vez, la sensación de que a pesar de que él era mayor que ella, ella sabía algo que él no.

Cuando dejó de besarla, la tomó de la mano con firmeza y la llevó a un bar diferente, donde había mesas de billar, máquinas de pinball y aserrín en el suelo y nadie revisaba identificaciones en la puerta. En uno de los gabinetes vio a un estudiante de posgrado que había sido el adjunto de inglés de su primer año.

“¿Te traigo vodka con soda?”, preguntó Robert, lo que ella supuso era una broma sobre el tipo de bebida que le gustaba a las universitarias, aunque nunca había tomado vodka con soda. De hecho, la hacía sentir nerviosa el tener que decidir qué pedir; en los lugares a los que iba, sólo revisaban credenciales en el bar, por lo que los chicos que tenían veintiún años o tenían buenas identificaciones falsas usualmente traían jarras de P. B. R. o Bud Light para compartir con los demás. No estaba segura de que esas fueran marcas de las que Robert no se burlaría, así que, en lugar de especificar, dijo: “Sólo tomaré una cerveza".

Con las bebidas frente a él y el beso detrás, y tal vez también porque ella había llorado, Robert se relajó mucho más, volvió a ser la persona ingeniosa que ella conocía por los mensajes. Mientras hablaban, ella estaba cada vez más segura de que lo que había interpretado como enojo o insatisfacción en su contra había sido, en realidad, nerviosismo, el temor de que ella no estuviera pasándola bien. Él mencionaba una y otra vez el rechazo inicial de ella por la película y hacía bromas aligerándolo, mientras la miraba de cerca para ver cómo respondía. Se burló de ella por su buen gusto, y dijo que era muy difícil impresionarla por todas las clases de cine que había tomado, a pesar de que sabía que sólo había tomado un curso de verano sobre películas. Bromeó sobre cómo ella y los otros empleados del cine de arte probablemente se sentaban y se burlaban de las personas que iban al cine comercial, donde ni siquiera servían vino, y en donde algunas de las películas eran en IMAX 3-D.

Margot se rió con las bromas que él hacía a costa de esta versión imaginaria suya, aunque nada de lo que él dijo era realmente justo, ya que en realidad había sido ella quien había sugerido que vieran la película en el Quality 16. Aunque ahora se dio cuenta de que tal vez eso también había herido los sentimientos de Robert. Pensó que estaba claro que no había querido ir a una cita al lugar donde trabajaba, pero tal vez él lo había tomado más personal; tal vez había sospechado que ella se sentiría avergonzada de ser vista con él. Estaba empezando a pensar que lo entendía, cuán sensible era, cuán fácilmente podía herirlo, y eso la hacía sentir más cerca de él, y también poderosa, porque ya que sabía cómo herirlo, sabía también cómo calmarlo. Le hizo muchas preguntas sobre el tipo de películas que le gustaban, y hablaba con desprecio de las películas del cine de arte que le resultaban aburridas o incomprensibles; le contó lo mucho que sus compañeros de trabajo más antiguos la intimidaban, y cómo a veces le preocupaba no ser lo suficientemente inteligente como para formar sus propias opiniones sobre nada. El efecto de esto en él era palpable e inmediato, se sentía como si estuviera acariciando a un animal grande y asustadizo, como un caballo o un oso; como si lo persuadiera hábilmente para que comiera de su mano.

Por la tercera cerveza, ya estaba pensando en cómo sería coger con Robert. Probablemente sería como ese beso, malo, torpe y excesivo, pero imaginando lo emocionado que estaría, lo hambriento y ansioso que estaría por impresionarla, sintió una punzada de deseo en su vientre, tan distinta y dolorosa como el chasquido de una banda elástica contra su piel.

Cuando terminaron esa ronda de tragos ella le dijo con audacia, "¿Deberíamos salir de aquí, entonces?", y él pareció herido por un instante, como si pensara que ella estaba cortando la cita, pero ella tomó su mano y lo levantó; la expresión de su rostro cuando se dio cuenta de lo que ella estaba diciendo, y la manera obediente en que la arrastró fuera del bar le devolvieron el chasquido de la banda elástica, y también, extrañamente, el hecho de que su palma se sintiera resbaladiza bajo la de ella.

Afuera, ella avanzó de nuevo hacia él para besarse, pero, para su sorpresa, él solo le dio un besito en la boca. "Estás borracha”, le dijo, acusadoramente.

"No, no lo estoy", dijo ella, aunque sí lo estaba. Empujó su cuerpo contra el suyo, sintiéndose pequeña a su lado, y él dejó escapar un gran suspiro tembloroso, como si fuera algo demasiado brillante y doloroso de mirar, y eso era sexy, también, la hacía sentir como una especie de irresistible tentación.

"Te llevo a tu casa, de una vez”, dijo, guiándola hacia el automóvil. Sin embargo, una vez que estuvieron dentro, ella se inclinó hacia él de nuevo, se retiró ligeramente cuando él empujó su lengua demasiado dentro de su garganta, y logró que la besara en la manera en que a ella le gustaba, más suavemente; poco después ella estaba sentada a horcajadas sobre él, y podía sentir el pequeño tronco de su erección tensándose contra sus pantalones. Cada vez que éste rodaba bajo el peso de ella, soltaba esos gemidos agudos y agitados que ella no podía evitar sentir eran un poco melodramáticos, y entonces, de repente, la apartó de él y giró la llave para encender el coche.

“Besuquearse en el asiento delantero como adolescentes”, dijo, con fingido disgusto. Luego añadió, "Pensé que ya serías demasiado madura para eso, ahora que tienes veinte años".

Ella le sacó la lengua. "¿A dónde quieres ir, entonces?"

“¿A tu cuarto?”

“Humm, eso realmente no va a funcionar. ¿Mi roomie?”

“Ah, sí es cierto. Vives en los dormitorios,” dijo él, como si eso fuera algo por lo que ella debería disculparse.

“¿Dónde vives tú?” preguntó ella.

“En una casa.”

“¿Puedo… ir?”

“Puedes.”


* * *


La casa estaba en un barrio bonito y arbolado no muy lejos del campus y tenía una hilera de alegres lucecillas blancas en la entrada. Antes de salir del automóvil, dijo, sombríamente, como una advertencia, “Sólo para que sepas, tengo gatos.”

“Ya lo sé,” dijo ella. “Nos mensajeamos sobre ellos, ¿te acuerdas?”

En la puerta principal, él buscó sus llaves por un tiempo ridículamente largo y maldijo por lo bajo. Ella le frotó la espalda para tratar de mantener el humor, pero eso pareció atontarlo aún más, así que se detuvo.

"Bueno. Esta es mi casa ", dijo sin entusiasmo, empujando la puerta para abrirla.

La habitación en la que se encontraban estaba tenuemente iluminada y llena de objetos, los cuales se volvieron familiares a medida que sus ojos se acostumbraban. Tenía dos estanterías grandes y llenas, una repisa de discos de vinilo, una colección de juegos de mesa, y un montón de arte, o al menos carteles que habían sido colgados en marcos, en lugar de estar clavados o pegados a la pared.

"Me gusta", dijo ella sinceramente, y, al hacerlo, identificó su emoción como alivio. Se le ocurrió que nunca antes había ido a la casa de alguien para tener relaciones sexuales; porque sólo había salido con chicos de su edad, y siempre se había tratado de escabullirse para evitar compañeros de cuarto. Era nuevo, y un poco aterrador, estar en el territorio de otra persona tan llanamente, y el hecho de que la casa de Robert daba evidencias de que había intereses que compartían, aunque solo fuera en las categorías más amplias —arte, juegos, libros, música— era para ella como un respaldo que avalaba su decisión.

Mientras pensaba esto, vio que Robert la estaba observando de cerca, observando la impresión que le había causado la habitación. Y, como si el miedo no estuviera listo para soltarla, tuvo la breve y loca idea de que quizás no era una habitación sino una trampa para atraerla con la falsa creencia de que Robert era una persona normal, una persona como ella, cuando en realidad todas las otras habitaciones de la casa estaban vacías o llenas de horrores: cadáveres o víctimas de secuestro o cadenas. Pero él ya la estaba besando, había arrojado su bolso y sus abrigos al sofá y la había llevado al dormitorio, tanteando su trasero y acariciándole el pecho con la ávida torpeza de ese primer beso.

La habitación no estaba vacía, aunque estaba más vacía que la sala de estar; no había cabecera, solo un colchón y un somier en el piso. Había una botella de whisky en la cómoda, y él le dio un trago, se la dio, se arrodilló y abrió su laptop, lo que la confundió, hasta que entendió que estaba poniendo música.

Margot se sentó en la cama mientras Robert se quitaba la camisa y se desabrochaba los pantalones, bajándoselos hasta los tobillos antes de darse cuenta de que todavía tenía puestos los zapatos, así que se agachó para desatarlos. Mirándolo así, tan torpemente inclinado, con su vientre grueso, suave y cubierto de pelo, Margot retrocedió. Pero la idea de lo que tomaría detener lo que ella había echado a andar fue abrumadora; requeriría de una cantidad de tacto y dulzura que ella se sentía incapaz de reunir. No era que tuviera miedo de que él tratara de obligarla a hacer algo en contra de su voluntad, sino que insistir en que se detuvieran ahora después de todo lo que ella había hecho para empujarlo a esto, la haría parecer mimada y caprichosa, como si hubiera pedido algo en un restaurante y luego, una vez que hubiera llegado la comida, hubiera cambiado de opinión y la hubiera enviado de regreso.

Trató de aplastar su resistencia con un sorbo de whisky, pero cuando él cayó sobre ella con esos enormes y descuidados besos, cuando su mano se movió mecánicamente sobre sus pechos y bajó a su entrepierna, como si estuviera haciendo algún signo perverso de la cruz, ella comenzó a tener problemas para respirar y comenzó a sentir que realmente no podría seguir adelante después de todo.

Salir de debajo del peso de él y montarlo a horcajadas le ayudó, al igual que cerrar los ojos y recordar cuando besaba su frente en el 7-Eleven. Alentada por este progreso, se subió la camiseta por la cabeza. Robert extendió la mano y sacó su pecho del sostén, de modo que sobresaliera medio dentro y fuera de la copa, y enrolló su pezón entre su pulgar e índice. Esto era incómodo, así que ella se inclinó hacia delante, empujándose contra su mano. Él captó la indirecta y trató de quitarle el sujetador, pero no pudo soltar el broche; su evidente frustración le recordó su forcejeo con las llaves, hasta que al final dijo con aire de mando "Quítate esa cosa," y ella obedeció.

La forma en que él la vio fue como una versión exagerada de la expresión que había visto en los rostros de todos los tipos con los que había estado desnuda, aunque en realidad no había tantos —seis en total, siete con Robert. Parecía estúpido y aturdido de placer, como un bebé borracho de leche, y pensó que tal vez esto era lo que más le gustaba del sexo —un tipo que se revelaba así. Robert mostró su necesidad más abiertamente que cualquiera de los demás, a pesar de que era mayor, y debía haber visto más pechos, más cuerpos, que ellos — pero tal vez eso era parte de todo esto para él, el hecho de que él era mayor, y ella era joven.

Mientras se besaban, se vio arrastrada por una fantasía de un ego tan puro que apenas podía admitirse a sí misma que la estaba teniendo. Mira a esta hermosa chica, lo imaginó pensando. Es tan perfecta, su cuerpo es perfecto, todo en ella es perfecto, solo tiene veinte años, su piel es impecable, la deseo tanto, la deseo más de lo que alguna vez desee a alguien más, la deseo tanto que podría morir.

Mientras más imaginaba la excitación de él, más se excitaba ella; pronto se balanceaban uno contra otro, tomando ritmo; ella metió la mano en su ropa interior y tomó su pene en su mano y sintió una gotita perlada de humedad en la punta. Él volvió a hacer ese sonido, ese gemido agudo y femenino, y ella deseó que hubiera alguna manera de pedirle que no lo hiciera, pero no podía pensar en ninguna. La mano de él estaba dentro de su ropa interior, y cuando sintió que estaba mojada, se relajó visiblemente. Le metió los dedos un poco, muy suavemente, y ella se mordió el labio y le dio un espectáculo, pero luego él metió los dedos con fuerza y ella se estremeció, y él apartó la mano. "¡Lo siento!", dijo.

Y luego preguntó con urgencia, "Espera. ¿Has hecho esto antes?"

La noche, sin duda, se sentía tan extraña y sin precedentes que el primer impulso de ella fue decir que no, pero luego se dio cuenta de lo que quería decir y se echó a reír a carcajadas.

No tenía intención de reírse; ya sabía lo suficiente que, aunque a Robert le gustaba ser objeto de burlas suaves y coquetas, no era una persona a quien le gustara que se rieran de él, para nada. Pero no pudo evitarlo. Perder su virginidad había sido un asunto largo y prolongado, precedido por varios meses de intensa discusión con su novio de dos años, además de una visita al ginecólogo y una conversación horriblemente vergonzosa pero al final increíblemente significativa con su mamá, quien, incluso, no solo le había reservado una habitación en un bed-and-breakfast, sino que, después del suceso, le había escrito una tarjeta. La idea de que, en lugar de todo ese proceso emocional, podría haber visto una pretenciosa película sobre el Holocausto, bebido tres cervezas e ir a una casa cualquiera para perder su virginidad con un tipo que había conocido en un cine era tan divertida que de repente no podía dejar de reírse, aunque la risa tenía un toque ligeramente histérico.

"Lo siento", dijo Robert fríamente. "No lo sabía".

Bruscamente, ella dejó de reírse.

"No, fue… amable que preguntaras“, dijo ella. “Ya tuve sexo antes. Lamento haberme reído”.

"No necesitas disculparte", dijo, pero ella podía ver en su rostro, y en el hecho de que se estaba ablandando debajo de ella, que sí era necesaria esa disculpa.

"Lo siento”, dijo de nuevo, reflexivamente, y luego, en un arranque de inspiración, "¿Supongo que estoy nerviosa, o algo así?"

Él entrecerró los ojos, como si sospechara de esta afirmación, pero pareció aplacarlo. "No tienes que estar nerviosa,” le dijo. "Lo tomaremos con calma.”

Ajá, claro, pensó ella, y ya estaba él sobre ella otra vez, besándola y cargándola; sabía que su última oportunidad de disfrutar este encuentro había desaparecido, pero que continuaría hasta que terminara. Cuando Robert estaba desnudo, colocando un condón en una polla que era apenas visible debajo de la masa peluda de su vientre, sintió una oleada de repulsión que la hizo pensar que quebraría esa sensación contenida que había logrado mantener, pero él le metió el dedo una vez más, nada dulcemente, y se imaginó a sí misma desde arriba, desnuda y con los brazos extendidos con el dedo gordo de un anciano adentro de ella, y su repulsión se convirtió en auto-disgusto y en una humillación que era una especie de primo perverso de la excitación.

Cuando lo hicieron, la colocó en una serie de posiciones con brusca eficiencia, volteándola, empujándola, y se sintió como una muñeca otra vez, como lo había hecho fuera del 7-Eleven, pero ya no una preciosa, sino una muñeca hecha de goma, flexible y resistente, como un apoyo para una película que se reproducía en la cabeza de él. Cuando ella estuvo encima, él le dio una palmada en el muslo y le dijo: "Sí, sí, te gusta eso”, con una entonación que hacía imposible saber si lo decía como una pregunta, una observación o una orden; cuando le dio la vuelta y le gruñó al oído: "Siempre quise follar con una chica con buenas tetas", tuvo que sofocar su cara en la almohada para no reírse otra vez. Al final él estaba encima de ella en posición de misionero y seguía perdiendo su erección; cada vez que lo hacía, decía agresivamente, "Me la pones tan dura,” como si mentir sobre eso pudiera hacerlo realidad. Por fin, después de una ráfaga frenética de rabia, se estremeció, se vino y se derrumbó sobre ella como un árbol cayendo; aplastada debajo de él, ella pensó con lucidez, ¡Esta es la peor decisión que he tomado en mi vida! Y se maravilló de sí misma por un momento, por el misterio de esta persona que acaba de hacer esta cosa extraña e inexplicable.

Después de un rato, Robert se levantó y corrió hacia el baño con un pañuelo entre las piernas arqueadas, agarrándose el condón para evitar que se cayera. Margot yacía en la cama y miraba el techo, notando por primera vez que había pegatinas en él, esas pequeñas estrellas y lunas que se supone que brillan en la oscuridad.

Robert regresó del baño y su silueta se detuvo en la puerta. "¿Qué quieres hacer ahora?" le preguntó.

"Probablemente deberíamos matarnos", se imaginó ella diciendo, y luego se imaginó que en algún lugar, en el universo, había un chico que pensaría que ese momento era tan horrible pero hilarante como ella, y que en algún momento, lejos en el futuro, ella le diría al chico esta historia. Ella diría, "Y luego dijo, 'me la pones tan dura’”, y el chico chillaría de agonía y agarraría su pierna, diciendo, "Dios mío, detente, por favor, no, no puedo más,” y los dos se colapsarían en los brazos del otro y se reirían y reirían— pero, por supuesto, no había tal futuro, porque ese chico no existía, y nunca existiría.

Así que, en lugar de eso, se encogió de hombros y Robert dijo, "Podríamos ver una película,” y fue a la computadora y descargó algo; ella no prestó atención a qué. Por alguna razón, él había elegido una película con subtítulos; ella seguía cerrando los ojos, así que no tenía idea de lo que estaba pasando. Todo el tiempo él acariciaba su cabello y le daba besos ligeros en el hombro, como si hubiera olvidado que diez minutos antes la había arrojado como si estuvieran en una porno y había gruñido, "Siempre quise follarme una chica con buenas tetas" en su oreja.

Entonces, de la nada, él comenzó a hablar de sus sentimientos por ella. Habló de lo duro que había sido para él cuando ella se había ido de vacaciones, sin saber si tenía un antiguo novio de la secundaria con el que podría volver a tener contacto. Resultó que durante esas dos semanas todo un drama secreto había sucedido en su cabeza, uno en el que ella se había ido del campus comprometida con él, con Robert, pero en su casa se había sentido atraída por el chico de secundaria, que, en opinión de Robert, era una especie de deportista brutal y apuesto, no digno de ella pero, sin embargo, seductor en virtud de su posición superior en la jerarquía de su casa en Saline. "Estaba tan preocupado de que pudieras tomar una mala decisión y de que las cosas pudieran ser diferentes entre nosotros cuando volvieras", dijo. "Pero debería haber confiado en ti". Mi novio de la secundaria es gay, se imaginó Margot que le decía. Estábamos bastante seguros de eso en la secundaria, después de un año de dormir por ahí en la universidad definitivamente lo descubrió. De hecho, ya ni siquiera está cien por ciento seguro de identificarse como hombre; pasamos mucho tiempo en las vacaciones hablando de lo que significaría para él declararse no-binario, así que definitivamente no íbamos a tener sexo, y podrías haberme preguntado acerca de eso si te preocupaba; podrías haberme preguntado sobre muchas cosas. Pero ella no dijo nada de eso; simplemente se quedó en silencio, emitiendo un aura negra y odiosa, hasta que finalmente Robert se rindió. “¿Sigues despierta?” preguntó, y ella dijo que sí, y él le preguntó, "¿Está todo bien?”

"¿Cuántos años tienes, exactamente?" le preguntó.

"Tengo treinta y cuatro", respondió. "¿Eso es un problema?"

Ella podía sentirlo en la oscuridad junto a ella temblando de miedo.

"No,” dijo ella. "Está bien."

“Bueno”, dijo. "Era algo que quería decirte, pero no sabía cómo lo tomarías." Él se dio la vuelta y la besó en la frente, y ella se sintió como una babosa en la que había echado sal, desintegrándose debajo de ese beso.

Ella miró el reloj; eran casi las tres de la mañana. “Creo que debería irme a casa," dijo.

"¿En serio?" replicó él. "Pero pensé que te quedarías. ¡Hago unos huevos revueltos estupendos!

"Gracias,” dijo ella, deslizándose en sus leggings. "Pero no puedo. Mi compañera de cuarto estaría preocupada. Así que."

"Tengo que volver a la habitación del dormitorio,” dijo él, con la voz llena de sarcasmo.

“Ajám”, dijo ella. “Básicamente porque allí vivo".

El viaje fue interminable. La nieve se había convertido en lluvia. No hablaron. Finalmente, Robert cambió la radio a la programación pública de la madrugada. Margot recordó cómo, cuando habían llegado por primera vez a la carretera para ir a la película, ella había imaginado que Robert podría asesinarla, y pensó: Tal vez me matará ahora.

No la mató. La llevó a su dormitorio. "Me lo pasé muy bien esta noche,” dijo, desabrochándose el cinturón de seguridad.

"Gracias", dijo ella. Tomó su bolso entre sus manos. "Yo también."

"Estoy tan contento de que finalmente hayamos tenido una cita,” dijo él.

"Una cita,” le dijo ella a su novio imaginario. "Llamó a eso una cita.” Y ambos se rieron y se rieron.

"De nada,” dijo ella. Tomó la manija de la puerta. "Gracias por la película y esas cosas.”

"Espera,” dijo él, y la agarró del brazo. "Ven aquí". La arrastró hacia atrás, la abrazó y le introdujo la lengua en la garganta por última vez. "Oh, Dios mío, ¿cuándo terminará?” preguntó ella al novio imaginario, pero el novio imaginario no le respondió.

"Buenas noches", dijo, y luego abrió la puerta y escapó. Para cuando llegó a su habitación, ya tenía un mensaje de él: ninguna palabra, solo corazones y rostros con ojos de corazón y, por alguna razón, un delfín.


* * *


Durmió durante doce horas y, cuando despertó, comió waffles en el comedor y vio episodios de detectives en Netflix e intentó imaginar la posibilidad de que él desapareciera sin que ella hiciera nada, de que podría simplemente desear que se alejara. Cuando llegó el siguiente mensaje suyo, justo después de cenar, era una broma inofensiva sobre regaliz rojo, pero ella lo borró de inmediato, abrumada por un odio que se arrastraba por su piel y que se sentía enormemente desproporcionado en relación a todo lo que él había hecho en realidad. Se dijo a sí misma que le debía al menos algún tipo de mensaje de ruptura, que ghostearlo sería inapropiado, infantil y cruel. Y, si lo intentaba, ¿quién sabía cuánto tiempo le llevaría captar la indirecta? Tal vez los mensajes seguirían llegando y llegando; tal vez nunca terminarían.

Comenzó a redactar un mensaje —Gracias por los buenos momentos, pero no estoy interesada en una relación en este momento— y continuaba con evasivas y disculpas, tratando de eliminar todos los vacíos que ella se imaginaba él trataría de atravesar ("Está bien, yo tampoco estoy interesado en una relación, ¡algo casual está bien!"), de modo que el mensaje se hizo más y más largo y cada vez más imposible de enviar. Mientras tanto, sus mensajes seguían llegando, ninguno de ellos decía nada de importancia, cada uno más serio que el anterior. Lo imaginó acostado en su cama, que era sólo un colchón, confeccionando cuidadosamente cada uno. Recordó que había hablado mucho sobre sus gatos y, sin embargo, no había visto ningún gato en la casa, y se preguntó si los habría inventado.

A lo largo del día siguiente más o menos, se descubrió de vez en cuando de un humor gris, de ensueño, como si extrañara algo, y se dio cuenta de que era a Robert a quien echaba de menos; no al verdadero Robert, sino al Robert que había imaginado en el otro extremo de todos esos mensajes de texto de las vacaciones.

"Oye, parece que estás muy ocupada, ¿eh?" escribió finalmente Robert, tres días después de haber follado; sabía que esta era la oportunidad perfecta para enviar su texto de ruptura a medio terminar, pero en cambio escribió de vuelta, "Jaja, lo siento, sí" y "Te enviaré un mensaje de texto pronto,” y luego pensó, ¿Por qué hice eso? Y realmente no supo por qué.

"¡Solo dile que no estás interesada!” gritó de frustración Tamara, su roomie, después de que Margot pasara una hora en su cama, vacilando sobre qué decirle a Robert.

"Tengo que decir más que eso. Cogimos,” dijo Margot.

"¿Lo hicieron” dijo Tamara. “O sea, ¿en serio?"

"Es un buen tipo, más o menos”, dijo Margot, y se preguntó qué tan cierto era eso. Luego, abruptamente, Tamara se abalanzó sobre ella, le arrebató el teléfono de la mano y lo mantuvo lejos mientras sus pulgares volaban sobre la pantalla. Tamara arrojó el teléfono a la cama, Margot se apresuró a buscarlo, y allí estaba, lo que Tamara había escrito: "Hola, no me interesas deja de mnderme mensajes.”

"Oh, Dios mío,” dijo Margot, sintiendo de repente que era difícil respirar.

"¿Qué?", dijo Tamara con audacia. "¿Cual es el problema? Es la verdad."

Pero las dos sabían que era un gran problema, y Margot tenía un nudo de miedo en el estómago, tan sólido que pensó que podría vomitar. Se imaginó a Robert levantando su teléfono, leyendo ese mensaje, convirtiéndose en vidrio, y rompiéndose en pedazos.

"Cálmate. Vamos a tomar un trago ", dijo Tamara, y fueron a un bar y compartieron una jarra, y todo el rato el teléfono de Margot se sentó entre ellas en la mesa, y aunque trataron de ignorarlo, cuando sonó un mensaje entrante, gritaron y se abrazaron.

"No puedo hacerlo —tú léelo“, dijo Margot. Empujó el teléfono hacia Tamara. "Tú hiciste esto. Es tu culpa."

Pero todo lo que el mensaje decía era "O.K., Margot, lamento escuchar eso. Espero no haber hecho nada para molestarte. Eres una chica dulce y realmente disfruté el tiempo que pasamos juntos. Por favor, avíseme si cambias de opinión.”

Margot se derrumbó sobre la mesa y apoyó la cabeza entre las manos. Se sentía como si una sanguijuela, hinchada y llena de sangre, por fin se hubiera desprendido de su piel, dejando un punto sensible y magullado detrás. Pero, ¿por qué se sentía así? Tal vez estaba siendo injusta con Robert, que en realidad no había hecho nada malo, excepto gustar de ella, y ser malo en la cama, y tal vez mentir acerca de tener gatos, aunque probablemente habían estado en otra habitación.

Un mes después, ella lo vio en el bar, en su bar, en el ghetto estudiantil, donde ella había sugerido que fueran en su cita. Estaba solo, en una mesa al fondo, y no estaba leyendo ni mirando su teléfono; estaba sentado allí en silencio, inclinado sobre una cerveza.

Agarró al amigo con el que estaba, un tipo llamado Albert. "Oh, Dios mío, es él,” susurró. "¡El chico del cine!" Para entonces, Albert había escuchado una versión de la historia, aunque no del todo verdadera; casi todos sus amigos la habían escuchado. Albert se paró frente a ella, protegiéndola de la vista de Robert, mientras corrían hacia la mesa donde estaban sus amigos. Cuando Margot anunció que Robert estaba allí, estalló la consternación, y luego la rodearon y la empujaron fuera del bar como si ella fuera el presidente y ellos fueran el servicio secreto. Todo era tan exagerado que se preguntó si estaba actuando como una chica cruel, pero, al mismo tiempo, realmente se sentía enferma y asustada.

Acurrucada en su cama con Tamara esa noche, con el brillo del teléfono como una fogata iluminando sus rostros, Margot leyó los mensajes conforme llegaban:

"Hola Margot, te vi en el bar esta noche. Sé que dijiste que no te enviara mensajes, pero sólo quería decir que te veías muy bonita. ¡Espero que te esté yendo bien!"

"Sé que no debería decir esto, pero realmente te extraño"

"Oye, tal vez no tengo derecho a preguntar, pero solo me gustaría que me dijeras qué es lo que hice mla”

“*mal”

"Sentí que teníamos una conexión real, ¿no te sentías así o…?”

"Tal vez era demasiado mayor para ti o quizás te gustaba alguien más"

"Ese chico con el que estabas esta noche es tu novio"

"???"

"¿O es solo un tipo al que te estás jodiendo?"

"Lo siento"

“Cuando t reíste cuando te pregunté si eras virgen, fue porque te habías jodido a un buen de chicos?”

“¿Te estás jodiendo a ese tipo en este momento?”

"Estás?”

"Estás?"

"Estás?"

"Respóndeme"

"Puta." ♦

Ilustración de https://twitter.com/Franxurio

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